sábado, 5 de noviembre de 2016

Una noche mágica












          Si tuviese que sintetizar lo sentido esta noche de Opera éste sería el título.

          Desde la aproximación a la Ciudad de las Artes contemplando su iluminación nocturna, ya comienzas a sentir una sensación interna de levitación. El predominio del blanco recortado sobre el cielo oscuro y los singulares Macro-edificios que lo componen, léase Palau de les Arts, Palau de les Ciències, Hemisféric, Oceanográfic, etc.  crea la  impresión de encontrarte en un  Planeta del futuro flotando en el Universo.

          Si ésta es la sensación que percibes en la distancia, la sentida ya en ella se incrementa exponencialmente ese pellizco al alma. Cemento blanco, cristal, trencadís, agua, luces y sombras, reflejos y decenas de impactos nuevos se encargan de transportarte a otro mundo. Un mundo de percepciones regocijantes que de manera no buscada te prepara par el motivo desencadenante de tales sentimientos. Unas escaleras solemnes en medio de ese espacio sideral te conducen a la entrada brillante del Palau de les Arts. Todo  espacios diáfanos, híper iluminados, ventanales acristalados soberbios acondicionan la aproximación a un impresionante Salón de representación, en este caso de la Opera El Gato Montés.

          Nada que ver con esos Teatros rococós, clásicos, vestidos de terciopelo rojo, pan de oro y arquitectura enormemente cuidada, de palcos ondulantes y sabor rancio iluminadas por fantásticas  y voluminosas lámparas de vidrio de San Ildefonso, que penden un techo decorado a la usanza y que colaboran al esplendor de tan enorme espacio.

          En éste caso te sobrecoge un amplísimo patio de butacas de asientos funcionales, abarcado por cuatro pisos de  anfiteatro holgado, todo ello trazado en líneas concretas, rectas y otras curvas, paralelas, que contemplan un foso  para la Orquesta, ¡qué Orquesta ...! y un enorme escenario oculto por unas magnificas cortinas que como telón te separa de las emociones que te van a hacer vivir. Todo luminoso, con gran difusión de luminarias, en este caso semi-ocultas, de luz tamizada aunque intensa. Aquí también, el trencadís viste las paredes, con tonalidades grises y blancas..

          Y de pronto el silencio. Las luces se atenúan hasta la mínima expresión y solo el foso se llena de pequeñas luces como velas que iluminan los atriles que de forma estudiada se reparten por dicho espacio.

          Se inicia un emocionante murmullo de afinación de los instrumentos, predominando violines, chelos y contrabajos. Sonidos incongruentes para el profano pero cuyo rito electriza y emociona conforme te implicas con él.

          Al fin, tras el Preludio, el telón permite, con movimiento pausado, dejarte ver la escena.  En éste caso un minimalista escenario representando la plaza empedrada de un cortijo de la serranía. Tan solo dos viejos enormes troncos de olmos, como quemados por el rayo, desnudos, completan el decorado..

          La trama es un drama de la época y el lugar: un cortijo andaluz, en los confines de la sierra, la casa del torero, la Maestranza de Sevilla y la guarida del bandolero; Soleá, una mujer vértice de dos amores y causa de la tragedia, uno pasado, Juaniyo, el Gato Montés, hombre bronco y maduro, todavía enamorado de Soleá, que huyó a la montaña y se hizo bandolero por matar a un pretendiente de su amada Soleá,  el torero del momento, Rafael Ruiz, el "Macareno", guapo, joven, aclamado por el pueblo, su actual amor. Frasquita, la madre del torero, el pare Antón, el cura, Hormigón, picador de su cuadrilla y hombre de confianza, la gitana, el cuadro de baile, y "el pueblo", gente alegre y volcada en su torero que lo aclaman a su paso (el Coro). Gitanillos y en total un elenco de aproximadamente 80 artistas. Diría extraordinarios artistas.

          El movimiento en escena es impecable, el vestuario, de tejidos mate pastel suavizan el volumen en escena y permiten destacar el traje blanco del torero, el negro de la madre y el cura, contrastando con el  colorido de la gitana que le echa la buenaventura, en este caso malaventura. De manera progresiva se va desarrollando la tragedia, en medio de emociones encontradas y porfías. El enfrentamiento entre amados es inevitable y se produce. Bronco, plagado de amenazas, chulerías, emocionante y premonitor.

          La  iluminación precisa, minimalista también fijando la atención con cañón de luz dulce. La música increíble, (me extrañó ver a los contrabajos a la izquierda en el foso y no a la derecha tras los chelos). Cuando hablo de música hablo del ensamblaje orquesta-partituras. Obra conocida a nivel mas extendido por el pasodoble del mismo nombre, todo un símbolo en el mundo del toro.

          La segunda parte espectacular. Un escenario de 10 sobre 10 . Con escenas increíblemente expresivas con la proyección al fondo de unas escenas que marcan paso a paso las suertes, esquemáticas y precisas: el toro, el picador, la capa, las banderillas, la muleta y la espada. Nunca vi algo tan dosificado e intuitivo.

          El vestirse de torero, los rezos a la virgen, sus plegarias, la superstición , se masca la tragedia. Y mas tarde la corrida, entre tules y escenas semiveladas: los clarines, los olés, los aplausos entusiastas, los cambios de suerte ... y al fin ... lo inevitable ... ¡ la cogida!

          Y tras ella el drama. Se consume la frase amenaza del Gato Montés: "¡si esta tarde no te mata el toro, te mataré yo!". Soleá, muere de pena y el Gato, vencedor sobre su rival se derrumba ante su desdicha y provoca su muerte sin ya motivo de vida.

          Soleá, soprano brillantísima, el "Macareno", un tenor increíble,  Juaniyo, el Gato y el padre Antón,el cura, dos bajos de descubrirse, una acústica perfecta y el libreto y Orquesta super elaborados (por cierto todo el texto esta escrito y por tanto cantado, en un hablar propio de la época, gitano y campesino,  entre caló y andaluz no cultivado: "pa mi" ...  pa ti" , a lo que unir una dirección, a mi gusto magistral, hicieron de ésta noche algo inolvidable.

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